martes, 22 de abril de 2014

Rayarse mientras viene el rayo.






Luna bañada. 




El otro día mis lágrimas dibujaron en la luna un galardón. Sarcasmo entonces, ahora no quiero interpretarlo. El otro día las suelas despegadas de mis zapatillas crearon una música maravillosa e inesperada al bajar las escaleras. Alegría entonces, ahora no sé de qué me sirve.




Que lo desesperante y lo perdido sea al mismo tiempo catarsis y luz. Reciclaje si no es posible adquirir lo nuevo. Y me viene el recuerdo de una escena. De No amarás (Krótki film o milosci, Krzysztof Kieslowski, 1988) pude haber olvidado trama, colores, ciertos momentos y personajes pero lo que no olvidé fue la escena del hielo en la azotea.











Frustración que necesita catarsis. Harper Lee frustrada echa el manuscrito de Matar a un ruiseñor por la ventana y cae en la nieve. Tu mente y tu cuerpo, tu trabajo y tu persona tienen que contactar con el fulgor de lo extremo, con la reacción del frío, con la nada del blanco. Aunque sea para volver a caer luego.



Y sin darme cuenta, ahora mismo, en el mismo momento en que escribo esto, me doy cuenta de que lo blanco se presentó y ahora duermo con él. Todo muy bonito, muy curioso, muy simbólico. Ahora a esperar que el símbolo se haga carne. Tal vez mi paciencia, que tanto coloqué en el bando de los buenos sea mi mayor obstáculo y sea el malo de la película. Tal vez no sé esperar. Tal vez se trate de otra cosa. Tal vez ahora tengo que quemarme. Pero en el fondo el frío y el calor extremo son como el pez que se muerde la cola. Creo que me hace falta un rayo. Me voy a poner a ello. Voy a atrapar a un rayo.












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