viernes, 28 de febrero de 2014

Una fábula teatral: La Venus de las pieles de Roman Polanski.





La mujer se venga.





Roman Polanski ha vuelto a encerrarnos. Así nos maneja mejor. La Venus de las pieles se desarrolla toda ella en un teatro. Un lugar del que no se puede salir mientras dure la representación. A Polanski le gusta tenerlo todo bajo control. Le gusta que la energía se concentre; que el ser humano llegue a un punto donde no pueda contextualizar, donde no entren aires de sospecha en la realidad única que se forma en el espacio que él ha elegido.





Esta gente anda estancada.




Los encierros forzados dan pie a que el conflicto salte pero ¡ojo! hay veces que ese agente externo que obliga al encuentro ni es tan externo ni es tan físico. Viendo la película de Polanski me vino a la mente Huis clos, la pieza de teatro de Jean Paul Sartre. Tres personajes encerrados en una habitación sin espejos y sin ventanas, condenados a mirarse dentro de ellos y entre ellos para así descubrir que «el infierno son los otros».  Los personajes entran en la habitación y la puerta ya no se puede abrir.  Cuando uno de ellos insiste y golpea, la puerta se abre pero siguen sin poder salir porque tienen que estar allí.  Y se preguntan quién les retiene. Algo así como un antecedente teatral de esa gran película que es El ángel exterminador (1962) de Luis Buñuel solo que en la película del director maño las razones para la inmovilidad son más que existenciales, sociales, vistos los personajes.






Vanda, un ser mortal y empapado.






En la película de Polanski una actriz (Emmanuelle Seigner) llega tarde a una audición pero aún así consigue que Thomas (Mathieu Amalric) el adaptador y director de la obra le haga una prueba. Aquí no hay aparentemente un encierro forzado pero los hados han hablado y han determinado que Thomas reciba una lección allí en ese encierro. Lo de menos es la justificación que encuentre Polanski en el guión para hacer que ni Thomas ni Vanda salgan. Para eso está ahí Vanda. Vanda es al mismo tiempo una mujer de carne y hueso y una diosa. Y en esa escala están muchas mujeres. Y la actriz Emmanuelle Seigner está en todas ellas: primero es Vanda, la mujer de carne y hueso que es decidida, malhablada, enérgica y nada pudorosa aunque necesita de Thomas el director que le dé el papel en la obra; en segundo lugar es Vanda, el personaje de la pieza teatral que se llama como la actriz y que es una mujer culta que se presta a los juegos masoquistas de Severin; en tercer lugar es la diosa Venus venida a provocar y  por último la bacante llena de lascivia, desnudez y todo el poder para castigar a Thomas. Tantas encarnaciones demuestran que el personaje femenino no es real. Es una imaginación de Thomas venida de su trato con la novela. Para él es una enseñanza, un escarmiento.





El collar del sometimiento ahora es tuyo.





Parte de ese escarmiento supone ponerse en la piel del otro. Uno tiene que sentir lo que hace sentir. Vivir lo que le han hecho pasar. Ponerse en el otro lado de la moneda. Ser el pasivo tras ser el activo. Algo sumamente importante para Polanski. Aquí es imposible no recordar el cambio de papeles torturador/torturada en La muerte y la doncella (1994). En La Venus de las pieles, el giro es poderoso puesto que el personaje masculino es el director de la obra de teatro. Él indica dónde colocarse, cómo decir el texto, todo. Después será él el dirigido y vejado tal  como se sienten muchas  mujeres en boca, idea y acción de los hombres.






Devenir mujer según Polanski.






Ponerse en la piel del otro a veces es difícil y ayuda con la ayuda del físico, del vestuario y el maquillaje. Esto bien lo sabía Polanski que ya nos lo mostró en El quimérico inquilino (1976) donde él mismo se transmutaba en la anterior inquilina poniéndose peluca, tacones y vestido y pintándose las uñas y los labios. En esa transformación cada ventana y balcón del vecindario se convertía en un palco teatral engalanado. En La Venus de las pieles Vanda cumple con lo básico: poner tacones, revolver el pelo y pintar los labios. Thomas se convierte ahora en Vanda. Lista para ser sometida y vejada.







Mujeres en Venecia dirigidos por estos hombres.




Ni dirigido ni vejado pero sí superado por la mujer es el personaje de Rex Harrison en Mujeres en Venecia (The honey pot, Joseph L. Mankiewicz, 1967) que con razón recuerdo ahora. Cecil Fox (Rex Harrison) logra montar todo un teatro para jugar con tres de sus ex amantes con el dinero de por medio y al final es una cuarta mujer la que le supera como director de escena. Esta es una película más clásica donde los roles y relaciones entre hombre y mujer aún no se cuestionan, solo es el poder del dinero. En La Venus de las pieles el foco principal es la relación de poder pero entre los sexos.






El gran teatro del mundo.





La película de Roman Polanski no es un mecanismo de relojería como lo es Mujeres en Venecia. No se trata de encajar todas las piezas unas con otras mientras van desarrollándose y desvelándose. No se trata de eso. Más bien estamos ante  una matrioska. Se trata de un camino sobre el que no volvemos nunca pero que va enriqueciéndose al avanzar. Tenemos una novela cuyo autor se basó para escribirla en la relación que tuvo él mismo con una mujer. Tenemos también una obra de teatro que Thomas ha adaptado de esa novela. Tenemos finalmente un hombre y una mujer que están interpretando la obra y al tiempo sus propias vidas. Todos los implicados aparecen en solo dos personajes. Están dentro de ellos. De ahí lo de la matrioska.







Preparados para un escarmiento.






Ante todo este plantel de figuras, las dudas, razones y motivos de los que dan la cara (Thomas y Vanda) no importan mucho. Está más que justificado que el espectador no las necesite para disfrutar la obra y no maldecir a Polanski. Primero porque el sabio Polanski sabe cómo mostrar, cuánto y en qué momento. Y segundo porque el director nos cuenta la historia como un cuento, una fábula más allá de la realidad. Por eso entramos en un teatro medio abandonado en un París desolado, grisáceo, donde un deux ex machina ha eliminado  cosas en la pantalla mediante posproducción: no hay gente, el cielo es amenazante, lleno de rayos y relámpagos… Parece que los dioses se están enfadando y van a dar una pequeña muestra de su grandeza a un mortal.  La puerta del teatro, además, se abre sin que nadie la empuje. Nadie vemos que vaya a entrar salvo nosotros pero una vez nosotros dentro del teatro vemos aparecer a Vanda, la diosa que ha bajado a la tierra. 





Polanski atento a las distancias.



La última película de Polanski es un ejercicio de estilo que le sale como si respirara. La prensa francesa la arrincona no sabiéndola ubicar. Dicen que Polanski está en su burbuja. Para contrarrestar tremenda reflexión va y se lleva el César al mejor director en este 2014. En realidad Polanski hace y deshace y no se deja llevar. Sí es una apuesta un tanto particular. Pero de eso se trata, de que la cartelera esté llena de particularidades. Y esta es una inteligente, rica y entretenida.

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