viernes, 1 de marzo de 2013

Blue Valentine. Todo es rosa, todo es negro.





Nos encontramos.





Normalmente el que llegue a escribir algo por aquí nace de un impulso. No suele ocurrir que me venga a la cabeza tiempo después de haber contactado con el tema. Esta vez ha ocurrido. A los días de haber visto Blue Valentine en pantalla grande me ha venido el arrebato. Y no es por pura necesidad de rellenar unas líneas sino porque la película tuvo esta vez eco dentro de mí, en vez de un flechazo. Y mi sensación viene muy a cuento del tipo de película que es.  Aquí el flechazo se diluye, da tiempo a que hiera, a que cicatrice y a que vuelva a supurar. Una historia de amor y de desamor. Una historia en el tiempo.




Antes: en el puente.






Después: en la ventana.





Puede que sea una película más porque no todas pueden ser una menos del montón. Pero ese «ser una más» tiene trampa. Yo voy a contar mi experiencia que es la única de la que puedo hablar. La película la seguí con atención, implicada en la verdad de la historia, en la verdad de los personajes y fue cuando acabó cuando la parte emocional llegó suavemente y más tarde como he dicho el arrebato de escribir. Este proceso es un mérito de la película. Deduje que me había dejado espacio, que no me había manipulado y que la conexión con ella fue mascada por mí y por ella. Al hablar de la verdad de los personajes entra la capacidad del montaje, de los actores, del vestuario y demás. Dentro de una buscada naturalidad hay un sorprendente cambio en la película. Blue Valentine bascula entre un pasado y un presente que solo distan en cinco años. Es un tiempo que no da para cambios evidentes. El paso del tiempo se debe mostrar en cosas más sutiles. El mérito del montaje existe y con la ayuda de un pelo de más o de menos aquí o un estilo de vestir por allá tenemos bastante hecho pero todo eso se transpira en los personajes de tal manera que te asombra.  Son los actores los que cargan encima con el cambio. Son los responsables.





Dean quiere querer y que se dejen querer.





Hay símbolos, hay pistas, hay frases entrecomilladas diría yo pero con una pátina de polvo encima que hace difícil llamarla pretenciosa, facilona, evidente o algo parecido. La simple desaparición del perro nada más abrir la película es un dato significativo. Son esos sucesos en paralelo los que ayudan a que no sea evidente la problemática de la película, en realidad la problemática de sus cabezas; las emociones. Me pareció un gran hallazgo colocar los fuegos artificiales en la escena final pues al mismo tiempo eleva y rompe la coda final. Son detalles que la particularizan.





El comienzo del amor siempre está coronado con un corazón.




Una chica y un chico viven juntos junto a su hija, así empezamos y a partir de ahí descubrimos cómo estaban antes de encontrarse y hacemos el recorrido hasta el momento presente alternando los dos tiempos. No es difícil seguir la estructura.





La noche en mi habitación.





Por mucho que la película es bastante neutra en cuanto a tomar partido por uno u otro personaje es inevitable como seres humanos cargados de experiencia y personalidad propia que nos sintamos identificados con alguno de ellos o al menos que le tengamos más simpatía a uno que a otro. Yo como la vi sin ese flechazo directo que dije al principio la pude ver en equilibrio pero es verdad que el sufrimiento de ella conectó más conmigo. El dolor de sentir que no, que ya no es ese el camino que quieres seguir, que ahí ya no estás tú pero que no hay una razón concreta contra la que justificarse, que has dejado de querer a alguien pero que ojalá no fuera así porque sabes que pierdes mucho. Eso es duro y duele. Y ahora me viene a la cabeza en otro tono evidentemente, Jeanne Moreau en La noche (Michelangelo Antonioni, 1961), a la que  ahora mismo veo en la última escena porque la tengo colgada en una de las paredes de mi habitación. Y esta toma de partido no creo que sea porque sea el personaje femenino, cosa que no me molestaría mantener.




El contraste en el título de la película que protagonizan Ryan Gosling y Michelle Williams, de esas dos palabras ya es significativo y ambas fuerzas conviven en la película. Tanta verdad contiene la alegría del encuentro como la amargura de la despedida.  Yo aprendí que en inglés, blue, era más que un color con las canciones. Después atando cabos y descubriendo más canciones llegué al sello discográfico Blue note records. Pero ese término siempre me lleva a la canción  Black coffe cantada por Ella Fitgerald.



 «Since the blues caught my eye
 I’m hanging out on Monday
 My Sunday dreams to dry»











La canción es la espera de una mujer al hombre entre cuatro paredes, cosa que me lleva a La voz humana de Cocteau. El café y el teléfono son los objetos vertebradores de la espera en cada obra. En Blue Valentine no se trata de la espera desesperada del amante, sino del flujo del amor; aceptar que los caminos se juntan y pueden seguir el mismo rumbo o quizá bifurcarse. Aceptar que somos uno y que hay que respetar a ese uno, sin nombre. Asumir las diferencias tal muestra el cartel de la película, que es muy significativo. Él cierra los ojos, ella le mira. A él le basta, a ella no...




1 comentario:

Unknown dijo...

Quiero verla!!! Sólo por esto que te dejó!!