domingo, 17 de febrero de 2013

Minnie & Moskowitz de John Cassavetes.






En España, Así habla el amor.





Congraciarte con la vida sin que te cuenten una historieta de hadas. Eso es lo que pasa al ver una película de John Cassavetes, hoy concretamente Minnie & Moskowitz (1971). Es la mezcla del latido de la vida y el riego de la razón. Tal cual el espectador se siente. Por un lado estás imbuido, anonadado, inmerso y al mismo tiempo estás razonando lo que ves, siendo consciente del privilegio de ver de dónde sale lo que estás viendo. Y encuentras la esencia y lo lógico de que los planos no sean limpios como el momento del baile con la puerta abierta de la furgoneta o la conversación de Minnie con su compañera de trabajo. Es la vida en su conjunto, y si he utilizado el corazón y el cerebro aceptando esa tópica división es porque en esta película uno llora a la vez por la tristeza de la soledad y por la alegría de la compañía.





Los planos sucios, evidentemente.






Cassavetes ensayando el  plano anterior.





Lo del cuento de hadas no viene a cuento, valga la redundancia. A ver si me explico. Las películas muchas veces, nos cuentan historias idílicas. Minnie al principio se queja de ello: «Jamás conocí a Clark Gable y no encontré a Humphrey Bogart. Jamás me los encontré ¿Sabes de lo que hablo? Pienso que no existen. Esa es la verdad, pero las películas te predisponen ¿no crees? Te predisponen. Y por muy perspicaz que seas, te lo crees». Es la frustración que te crea el contraste entre tu realidad, tus relaciones y las que se establecen en las películas. Es una crítica pero en el fondo es el cine el que reúne a los dos protagonistas, es su único punto de conexión que fluye en el fondo como una pequeña esperanza que ellos no ven. Moskowitz es devoto de Humphrey Bogart y ella anda buscando uno así. Él le dice que tiene perfil de Lauren Bacall en la oscuridad de un cine. Y era Lauren Bacall la pareja en la vida real de Humphrey Bogart. En ese momento ella sospecha que puede ser. Y justo por un detalle que viene de una irrealidad de la que era consciente que la predisponía el cine.  La ficción cinematográfica y la realidad pueden fundirse y puede servirnos, puede enseñarnos.





Desubicados con un perrito caliente.






La película es la historia de un encuentro aparentemente imposible de dos seres distintos que andan a bandazos. Se encuentran ya andada la película una vez nos han sido presentados y hemos visto su situación y recorrido. Viven en ciudades distintas y eso es lo primero que se soluciona, es sencillo. Pero su ambiente es diferente. Ya su diferencia venía marcada por su ascendencia. La madre de él se llama Sheba (sociedad matriarcal en toda regla) y está interpretada por la madre del mismo John Cassavetes. La madre de ella, en la ficción Georgia Moore es en la realidad Lady Rowlands (madre de Gena Rowlands). Lady y Sheba: puro contraste en la mesa en esa excelente escena donde se mezclan Cassavetes, Woody Allen y Pedro Almodóvar. Partiendo de ellas todo les separa a esta pareja.






El malvado John.





Ya conocemos el ambiente familiar en todos los sentidos de las películas de John Cassavetes. Su madre, suegra, hijos y esposa. A él mismo aquí también nos lo encontramos. Y de nuevo con su usual papel maligno casi tanto como el de La semilla del diablo (Rosemary’s Baby, Roman Polanski ,1968). Parece como si utilizara el cine para examinar el lado oscuro de la pareja, de su pareja, ya que en sus películas se guarda el papel del opositor a la protagonista (recordando estoy Opening Night).





La firma de los responsables.




Y el personaje de Moskovitz y el actor que lo encarna, Seymour Cassel. Durante toda la «proyección» de la película era consciente de que yo había conocido a un Moskovitz y te atrae esa libertad, esa exageración, esa practicidad. Y le recordé a través de las palabras que le dice a ella: «Yo velaré tu sueño. Yo te velaré, ¡Qué bien dormirás! Qué dormilona más bonita. ¡Qué gran dormilona eres!».  





El baile.






Que alguien te diga que hay que correr, bailar y andar con las manos y te lo demuestre, es algo que todos deberíamos afrontar si no sale de nosotros mismos. «Soy muy mayor para ti. No acierto a verme aquí» le dice Minnie. «¿Qué necesidad tienes de pensar? Minnie, tienes que correr» es la respuesta de él. A Seymour Cassel como nombre le conocía pero no lo había visto y fue la primera vez que lo vi cuando se estrenó Cosas que nunca te dije (Isabel Coixet, 1995). A partir de entonces le dejé entrar.





Estoy tras mis gafas.





Son los detalles de dirección, de los actores, de unos diálogos maravillosos los que hacen única la película. Él y sus coches y ella y sus gafas. Es muy definitorio cuándo se pone las gafas y cuando se las quita. Mi momento preferido es aquel en que ella se las va a poner y él le dice: «No hagas eso». Las canciones son otro detalle. Hay dos que encuadran la acción. Ella al principio tararea When I fall in love en relación a su amante y llegará a cantarle a Moskovitz a la cara I love you truly. Ese paso de una canción a otra es un detalle pero llena inmensamente la película. De nuevo la mezcla de ficción y realidad. La madre de Minnie cuenta que su hija de pequeña se parecía a Shirley Temple y esta actriz utilizó para su boda  la segunda canción y vean, vean la película para que todo se entremezcle en esa canción.


















Cassavetes es un director recomendado por su médico. O así debería de ser. Desde 1959 en que realizó Shadows hasta 1997 en que su hijo rodó uno de sus guiones Atrapada entre dos hombres (She’s so lovely) su trabajo nos protege y nos desnuda a la vez. Han pasado quince años y no he vuelto a ver esa película dirigida por Nick Cassavetes pero recuerdo el poso que me dejó y me maravilló. Puede ser el momento de volverse a meter en el fango. 


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