lunes, 19 de noviembre de 2012

Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea de Annabel Pitcher.




La vida como un juego de niños.




Para empezar no hay nada más sugerente que un curioso título y aquí lo tenemos. Con él mismo empieza también la novela y encontramos aclarado enseguida el enigma de la frase. Un buen comienzo para la autora, una joven profesora británica, Annabel Pitcher que con solo 28 años ha publicado su primera novela que en España ha publicado Siruela en su colección Nuevos tiempos.




Cuenta la autora que la novela surgió a partir de las notas que tomó durante un año sabático viajando, sobre todo cuando lo hacía por Ecuador. Tiene la historia un anclaje real, los atentados que ocurrieron en Londres en el verano del 2005. Aunque aquí se cambian algunos detalles como el mes o los lugares de colocación de las bombas, Annabel Pitcher hace referencias a ellos porque con él hay un cambio en la vida del protagonista. Pero es un punto de partida que aparece a mitad de la novela, a modo  de aclaración, sin ningún tipo de maniqueo sentimentalismo. En realidad el foco del drama empieza cinco años después cuando el protagonista acusa los grandes cambios de su vida. El traslado de una gran ciudad, Londres, a otra más pequeña, Ambleside, al norte de Gran Bretaña, de una familia grande a otra más pequeña, de ruidos a silencio; todas las circunstancias obligan a Jamie a aprender del dolor en unos meses más que en los cinco años anteriores. Porque de eso se trata, de cómo aceptar el dolor de cada uno, de comprender los diferentes ritmos vitales de cada uno, de saber mirar alrededor y aunque todo se derrumbe ver que siempre hay anclajes a los que sujetarnos. Nos pueden enseñar lo que hay que hacer e indicar lo que hay que decir pero en el fondo nadie nos obliga a cómo sentirnos y cuál es el momento adecuado para hacerlo y ese es el descubrimiento que hacemos con él.





La joven escritora.





El mismo título de la novela nos desvela que esta historia va a ser contada en primera persona, la de un niño de diez años. No hay narrador externo, omnisciente. Jamie, el protagonista cuenta su historia desde el ojo del huracán. Y el huracán dura unos meses puesto que el niño lleva la cuenta de los días desde el momento en que su familia se desmembró. 



La historia no es nada novedosa, no haremos grandes descubrimientos; la adaptación de un niño a una nueva situación familiar, escolar y de amistad es algo que nos han contado miles de veces en películas, novelas y cuentos  pero admitido esto hay que dejarse llevar por la sinceridad de la palabra del protagonista, al que le gusta chupar los sobres, que juega a adivinar qué anuncian en la tele y al que le gusta Spiderman. Tenemos delante a un niño casi tangible.




Cosas de niños.






La autora se difumina en su relato, notas verdadera autenticidad, no hay reflexión que valga sobre lo dura que es la vida; es un descubrir en directo, de ahí que no haya divagaciones, que predominen las frases cortas, acciones directas, emociones directas, no mascadas. Y si entras en ese juego, si de verdad entras en la novela sin prejuicios, la emoción entra de lleno.



Superhéroes, un perro amigo fiel, niños malos en el colegio, redacciones de Navidad, golosinas pero también alcohol, abandono, frustraciones y la muerte. Es dura la circunstancia que vive Jamie pero él mismo sin saberlo pasa de la ilusión pura y dura a la aceptación de la realidad con esas lágrimas purificadoras que todos le indicaban que debía sacar y lo hace cuando las siente. Novela para eliminar prejuicios, para ver por los ojos limpios de la infancia como cuando los ojos de Jamie en vez de ver un hiyab en la cabeza de su amiga Sunya, ve la capa de una superheroína.

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