domingo, 21 de octubre de 2012

Libro de los venenos: Gamoneda, Laguna, Dioscórides.




Lectura, que no método.



Cuando ya se ha tomado suficiente distancia con ciertas vivencias entones vienen a tu encuentro. Por eso debe ser que me encontré recordando esos momentos campestres en los que rodeados de pinos (creo que eran pinos), circulaba entre nosotros los niños la información de que si te caía encima cierta «bolsa» blanca del árbol, te quedabas calvo. No recuerdo que nadie recurriéra a los adultos en busca de aclaración, supongo que porque esos cuentos, leyendas, comentarios y cotilleos infantiles tienen casi como obligación mantenerse. Llegó el momento pues y se me ocurrió preguntar a un adulto (ahora y entonces lo era) y no tenía ni idea, ni recordaba que eso circulara entre nosotros. Otro día cercano, circulando ahora por la biblioteca, siguiendo a alguien por un pasillo al que nunca acudiría, levanté la vista y mis ojos se fijaron en un libro que se llamaba Libro de los venenos. Y así, sin pensarlo, me lo llevé con el orgullo de no siempre salir de allí con el tiro hecho, como una especie de osadía. ¡Tremenda osadía!





Primero fue Dioscórides.







Después llegó Andrés de Laguna.








Antonio Gamoneda puso el punto final.




Algo encontré leyendo el libro sobre ese temor infantil: «Al que trague la oruga del pino, luego le sobreviene furor del paladar y gran inflamación de la lengua, con tan bravo dolor de tripas que piensa el paciente que le son roídos los miembros interiores, además del hastío que siente y del insólito ardor universo». No encontré la respuesta concreta pero el libro me embrujaba por muchas razones. Se trata de un libro editado por Siruela con un segundo título aclaratorio: Corrupción y fábula del Libro Sexto de Pedacio Dioscórides y Andrés de Laguna, acerca de los venenos mortíferos y de las fieras que arrojan de sí ponzoña. Se trata de un libro contado a través de tres voces; las de Dioscórides y Andrés de Laguna, el primero del siglo I después de Cristo y el segundo del siglo XVII y la del poeta Antonio  Gamoneda. Las tres voces se alternan dejando claro cada tema, cada veneno y cada remedio, cada voz con una tipografía diferente. Pero el libro no se trata de un tratado en sí sino de una especie de fábula por lo de original de su vocabulario, su poesía, su tono y las historias narradas en ella.




La muerte de Sócrates, Jacques-Louis David (con cicuta).




No es pesado encontrarse tanto vocabulario, tan lejano y tan particular, sino que es atractivo. Que lleguen a sonarte medidas como el acetábulo (medida de líquido), la dracma, el óbolo (sexta parte de la dracma), la cotila (equivale a nueve onzas), venenos como el tósigo o descubrir sus sinónimos (ponzoña y phármaco), saber qué es un clister (enema) o la bosta (excremento del ganado vacuno o caballar) parece ridículo pero créanme que no lo es. Encuentras el porqué de la risa sardónica ya que según Dioscórides es una yerba, la sardonia que «ingesta, perturba el sentido y de tal suerte retira y tuerce los labios que parece que engendra risa». Andrés de Laguna da el remedio: «Se tiene pues en este caso por remedio excelente la borrachera, y así, conviene a los pacientes darles a beber vino en gran cantidad para que duerman largo tiempo». A lo que además añade Gamoneda: «Hervida, alivia la comezón de la entrepierna,  hace fecundas a las mujeres viejas, ayuda a orinar y conviene a los tísicos». Como es habitual, al final vemos cómo Kratevas mata a un mozo de esta manera.



Y por unas cosas u otras encuentras pura poesía en todos; en Dioscórides  al hablar del culantro: «Socorreremos a los que hayan ofendido dándoles a beber vino con ajenjos» o evitando lo escatológico: «También suelen purgar por abajo negras reliquias», en Andrés de Laguna, al hablar de la serpiente dryno: «tardo en el caminar» o en el gracioso Gamoneda: «Del laserpicio se sabe que, pastándolo, las ovejas duermen y las cabras estornudan».





La cicuta.
Se habla de los tres tipos de venenos: el vegetal, el mineral y el animal y sus correspondientes remedios. Queda claro que son los poderosos los que deben temerlos y por los tanto a los que más les interesaba entender sobre ello. Gabriel García Márquez en su discurso de aceptación del Nobel en 1982, hablaba del déspota general Maximiliano Hernández Martínez, que había inventado un péndulo para averiguar si los elementos estaban envenenados. Cuando la precaución ya ha pasado la barrera, muchos son los que antes de caer en manos del enemigo se suicidaron, como Demóstenes aspirando veneno o la misma Cleopatra a través de un áspid.




Kratevas, médico y botánico de la corte de Mitrídates, (rey de Ponto, actualmente Ucrania) cuyos experimentos recogió Dioscórides conforma la parte macabra y de terror del libro pues comandado por su rey, hace experimentos con humanos, todos tremendos. Finalmente no pudo quitarse la vida cuando quería por estar inmunizado a los venenos.




Aparecieron en la lectura algunos elementos cercanos. El hinojo también asiduo en mi infancia dice de él que «con agua fría quita el hastío y el ardor interno; hervido saca las nubes de los ojos y libera la orina». Y de los últimamente habituales anacardos te previene que se coman incautamente. Galeano compara su fruto con el corazoncillo de un pájaro y así es, además de que «su almendra fortifica la memoria y ayuda en la frialdad de los nervios».





El oropimente.





Entre todos los venenos; los vegetales como el eléboro, el acónito, el napelo o la cicuta; los minerales como el solimán, el oropimente o la sandáraca; y los animales como la salamandra que es mortal comida, bebida y su mordedura misma, la víbora, el áspid, la anfisbena, la cerasta o el escorpión (se agoniza con su veneno durante tres días y al mediodía es más fuerte el veneno que emite). Las barbaridades en torno a una mujer que menstrua se equiparan a las de la salamandra y la rana rubeta. O las curiosidades de la misma sombra del tejo o el rejalgar, un mineral de color rojo de una combinación peligrosa de arsénico y azufre del que se hace una tinta «tan maligna y perniciosa que escrita una carta con ella y leída sin anteojos inficiona y derriba luego al lector».





Salamandra, salamandra.
Y entre los remedios o antídotos, la leche de borrica o la camisilla interior de la castaña bebida cruda, el orégano con lejía o el estiércol de ratón bebido con vino que parece ser un excelente remedio contra el yeso según Andrés de Laguna. La cebolla albarrana más allá de lo físico actuando contra las verrugas dicen que colgada sobre la puerta, preserva la casa de «hechicerías contrarias». El más soberano de todos parece ser el vino puro además de la pimienta, el castóreo, la ruda, la yerbabuena, el cardamomo, el estoraque, la simiente de ortigas, etc. Otros más accesibles, como para atajar el olvido el cardo santo o las múltiples funciones del orégano. Hasta llegar a los más legendarios como el cuerno del unicornio y el hueso hallado dentro del corazón del ciervo o bien el poder de una piedra preciosa: «Se tiene por cosa probada que atado un diamante oriental, o una esmeralda, o un Jacinto, al brazo izquierdo, entre el codo y el hombro, de suerte que llegue a la carne, embota la fuerza de los venenos y resuelve todo aire corrupto».





Antonin Artaud.




Muchas veces el veneno funciona como remedio, es decir que depende de la cantidad o de la aplicación, el que sea nocivo o saludable. El opio evidentemente es un veneno que tiene como remedio para el que lo ha bebido el vinagre hirviendo pero no todo es blanco y negro. Antonin Artaud en La liquidación del opio defiende su postura: «Suprimid el opio, no suprimiréis la necesidad del crimen, los cánceres del cuerpo y del alma, la propensión a la desesperación, el cretinismo innato, la viruela hereditaria, la pulverización de los instintos, no impediréis que existan almas destinadas al veneno, sea cual fuere, veneno de la morfina, veneno de la lectura, veneno del aislamiento, veneno del onanismo, veneno de los coitos repetidos, veneno de la debilidad arraigada en el alma, veneno del alcohol, veneno del tabaco, veneno de la anti-sociabilidad. Hay almas incurables y perdidas para el resto de la sociedad. Suprimidles un medio de locura, ellas inventarán diez mil otros». 
Una cosa curiosa que no conocía es que las plantas también tienen macho y hembra como la mandrágora o la coniza: «La coniza es planta macho o hembra; el macho tiene la flor amarilla y las hojas de la hembra huelen a miel; puesta al fuego, extermina las pulgas; con aceite,  refrena el paroxismo».



Y así uno aprende y se deleita y viceversa. Este ofrecimiento mío no es para que aprendáis a preparar brebajes sino a tener un poco de conocimiento del mundo natural que nos rodea puesto que llegamos a un punto que si algo no se enchufa no tiene ninguna utilidad. Aprendamos que hay muchas cosas naturales que no pueden ser sustituidas…al menos siempre. 


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