jueves, 25 de octubre de 2012

El muelle de Ouistreham de Florence Aubenas. La crisis en persona.





Un libro que viene muy a cuento.





Éste es un reportaje novelado en veinte capítulos. Una investigación periodística que es plenamente una historia con sus personajes, con su humor y con su trama a base de obstáculos.  Florence Aubenas, la autora, periodista y reportera francesa estuvo cautiva en Irak cinco meses en 2005.La sociedad francesa se volcó en el caso y tras ser liberada se metió en otra guerra a otra escala: la crisis que se desencadenó hace cinco años y que nos envuelve inevitablemente a todos.



Es la palabra crisis la primera en aparecer pero no hay que descartar la lectura por ello. El desencanto, el hastío, la tristeza de nuestro contexto no es motivo suficiente para negar la atención a este libro tan necesario como entretenido. Empieza con la crisis y acabar no acaba, porque la crisis se instala, sigue instalada. Es la crisis que todos notamos seamos quienes seamos. La huída no está contemplada, hay que analizarla y no falsearla como muchos intentan.
Florence Aubenas intentó colarse en las rendijas del sistema y luchar contra la indiferencia personal. Sin cambiar de nombre y documentos, simplemente con un ligero cambio físico más que por necesidad para convencerse a ella misma del propósito y una historia personal distinta, se presenta en otra ciudad francesa que no es la suya como una mujer de mediana edad, sin estudios y sin trayectoria laboral por haber sido mantenida por un marido, con la intención de conseguir un trabajo. Quiere tratar de entender no la crisis sino las consecuencias y el modo en que todo se administra mal y termina afectando a los trabajadores que son al fin y al cabo los que sustentan el sistema.  El experimento te lo deja claro en el mismo prólogo. La ciudad elegida estratégicamente como representativa es Caen, ciudad costera del oeste de Francia con ese muelle referencial de la historia que representa el sumum del mal trabajo.




La actriz-periodista Florence.




A Caen llega y allí descubre en propias carnes que las personas son cifras, que no hay que preguntar ni dudar, que hay que estar dispuesta a todo en cualquier momento y por cualquier sueldo. Y por ello es tan real el absurdo que te deja perplejo. El cheque en blanco que tiene la soberbia está en nuestras mismas calles. Es cierto que el caso francés difiere del español y cada uno con su propia lectura y con su propia experiencia echará en falta cosas y contrastará otras. Los servicios de empleo ya no lo forman trabajadores sociales sino comerciales con lo que de nuevo volvemos a la cifra. Somos una cuota a cubrir y punto. Y llegados a este punto las diferencias se asientan y se amplían en exceso: «Ellos parecen transportados por un torbellino de aire fresco: están excitados, ríen, andan deprisa, hacen ruido. Son jóvenes y simpáticos. Huelen al mundo exterior, llenos de personas presurosas y jornadas ocupadas hasta la extenuación». El absurdo, en vez de la lógica, se extiende y se nos presentan pantallas amenazadoras muy orwellianas en las oficinas de empleo, horas de trayecto que triplican la jornada laboral, cursos como el de «Utilización del teléfono para la búsqueda de empleo» y temor a represalias incluso por acercarse a la máquina del café. La autora confiesa su sensación de estar en una película de espías porque hasta tienes que susurrar y estar mirando la puerta porque cualquier  cosa puede provocar un despido. Hasta participar en una celebración de una compañera y  preguntar cuánto se va a cobrar es una tremenda osadía.




Malos trabajos en el puerto...






¿A que les suena todo esto? Ya se han respondido, pues ahora vayan con cuidado y de ese cuidado forma parte este libro. Una advertencia: lo bueno del libro es el tremendo contraste que hay entre lo que lees y lo que se asienta en tu cabeza. Es decir, que no es nada panfletario; es la sucesión real de encuentros y desencuentros personales y laborales donde la invisibilidad está a la orden del día: «mis relaciones de trabajo consisten en hacerme olvidar, sabiendo siempre dosificar las situaciones que requieren que me haga olvidar del todo  y aquellas en las que apenas basta con hacerme olvidar un poquito». 




Una historia personal no arregla todo el sistema pero el sistema lo forman historias personales y aunque esta haya sido «interpretada» hacía falta para paliar esa invisibilidad.  Y surge en su recorrido la intimidad; amigos cómplices con sus pequeñas historias de huidas hacia adelante. Las historias de supervivencia son las más necesarias ahora. Esta no lo es pero las representa. Bienvenida sea.



[Texto publicado originalmente en Neosib]

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