viernes, 20 de abril de 2012

El inicio de la primavera de Penelope Fitzgerald.



El buen cuidado de la editorial Impedimenta.


Tras constatar que uno de los atractivos de la novela es su ambientación, más allá del simple contexto, en la segunda década del siglo XX en Rusia, parece increíble que haya sido escrita por alguien ajeno a la cultura rusa. Un viaje en 1972 y la lectura de la literatura del país son los únicos bagajes que la inglesa Penelope Fitzgerald contaba en 1988 para construir su ficción.

Penelope Fitzgerald comenzó su carrera literaria casi con 60 años, prácticamente cuando se queda viuda. Junto con algún ensayo y biografías escribió unas cuantas novelas que podríamos dividir en novelas históricas y novelas inspiradas en experiencias directas como La librería (1978), editada en España por Impedimenta al igual que El inicio de la primavera, que está basada en su experiencia como librera, como A la deriva (1979) que está inspirada en el tiempo en que vivió en una casa fluvial sobre el Támesis o como Human voices (1980) sobre la base de su experiencia trabajando en la BBC en tiempos de guerra.


Para que leamos La librería.



El inicio de la primavera se enmarca en lo que hemos llamado novela histórica pues está ambientada en Rusia, concretamente en el año 1913 a solo cuatro años de que comience la revolución rusa. No es una reconstrucción árida porque sigue la historia íntima de una familia y los datos históricos aparecen transversalmente como cuando se comenta que las vacaciones escolares terminan el día del aniversario de la zarina. El protagonista, Frank Albertovich Reid, aunque nacido en Rusia y aún viviendo allí, es un inglés que nos hace de guía entre los distintos caracteres y espacios rusos. Y en un breve lapso de tiempo que es lo que tarda en hacer su entrada la primavera nos deja ver una perfecta radiografía del ambiente social, político y personal de entonces.

Estamos en el momento del deshielo, cuando el río arrastra turbios residuos en su periplo hacia el Volga y se comenta que “uno de los entretenimientos favoritos de los moscovitas consistía en ver cómo pasaba el hielo por debajo de los puentes”. La primavera trae novedades y el cambio físico de la ciudad se traduce en un cambio anímico, partiendo del abandono del hogar por parte de Nellie, la mujer de Frank, de la que se cuenta que cuando se casó a los 26 años no iba a dejar que le constriñeran los corsés. La ciudad poco a poco va despertándose y la incógnita de dónde está Nellie y si volverá es una excusa soterrada para que veamos la idiosincrasia del carácter ruso.


Tolstói campea por la novela.


La novela está llena de grandes personajes como la niñera Lisa Ivánovna o el buen samaritano y poeta Selwyn Osipych admirador de Tolstói. De su personaje surgen los dos puntales que enmarcan la novela: Tolstói y los abedules que de manera muy sutil y metafórica (y no revelo nada) oculta la solución a la trama.

De Tolstoi muerto un par de años antes de la narración, se cita su novela Resurrección que relata la complejidad de los límites entre los siglos XIX y XX. Esta obra funciona como un espejo con la novela de Penelope Fitzgerald pues también da cuenta de eso por ejemplo en la imprenta propiedad del protagonista donde aún se trabaja manualmente. Así, un personaje le dice al protagonista: “La imprenta manual se asocia hoy día a los tolstoianos, a los estudiantes revolucionarios y a los activistas que se esconden en buhardillas y sótanos. Hemos de ser conscientes de que el futuro pertenece al metal caliente”.


Otro marco: el abedul.


Refleja muy bien el control por parte de la policía, la circulación de los sobres con dinero, la dificultad en los negocios por las aleatorias medidas legales y la censura pues se habla de las imprentas ocultas hasta en los baños públicos. Y siempre se hace con una sutileza que nace de la inventiva y de la observación como cuando se comenta del libro de poemas de Selwyn Los pensamientos del abedul  que “estaban aún en manos del censor y, dado que toda poesía, por su propia naturaleza, era sospechosa, alguien estaría leyendo los poemas de Selwyn en ese instante con más atención de la que nadie volvería a dedicarle jamás”.


Para los atrevidos.


La novela está llena de detalles de Rusia nada obvios sino sutiles que hacen detectar el sentido ruso mientras se está atento a las relaciones entre los personajes como que no se cobraba los sábados para evitar que la gente utilizara el dinero para emborracharse, las maneras protocolarias en el trato en sociedad, que no estaba permitido que sonaran las campanas salvo las de la propia iglesia ortodoxa, que los rusos están obsesionados con cortar árboles, que su tradición les hacía sentarse un minuto en el coche antes de partir para asegurarse el regreso, que la bombilla más potente que se podía encontrar en Rusia era la de 25 vatios, etc.

La novela alterna entre curiosos detalles como el de la porcelana retenida en la aduana, auténtico hallazgo y escenas como la nocturna en la dacha, poderosa visualmente, donde lo maravilloso aporta un destello en la realidad del deshielo ruso. Por esos momentos, por unos personajes tan bien perfilados y por unas situaciones descritas con inteligencia, se agradece que una editorial como Impedimenta haya rescatado este año una novela como El inicio de la primavera.

[Texto publicado originalmente en Neosib]

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