jueves, 1 de marzo de 2012

A propósito de Elly de Asghar Farhadi

Grietas con las que vivir o roturas con las que claudicar.




Un punto más para el cine iraní.




El paso de unos ojos despiertos a una boca reseca es el recorrido de A propósito de Elly, cuarto largometraje del director iraní Asghar Farhadi que ganó el oso de plata al mejor director en la Berlinale del 2009. Hablamos de un rostro porque la película es la película de Golshifteh Farahani, la actriz protagonista. Y en su rostro se cifra el recorrido emocional de la historia. Ella es Sepideh; una joven mujer casada y madre que lleva a un grupo de amigos a pasar unos días a orillas del mar Caspio. El objetivo principal para ella, que quiere que todos estén bien es emparejar a su amigo Ahmad recién divorciado en Alemania y de paso por Irán con Elly la maestra de su hija.





Golshifteh Farahani, el rostro a retener.




Cuatro hombres y cuatro mujeres en una casa junto al mar. Una mujer lo organiza todo y otra es la novedad. Salvo Sepideh el resto no conoce a Elly. El planteamiento y tono de la película parece encaminado a una comedia de situación donde los comentarios y relaciones se pondrán en entredicho o se exacerbarán. Pero la comedia costumbrista da paso a un drama totalmente bien encauzado. A un thriller más bien, muy raro de ver por el cine iraní. Los personajes que ya conocíamos van deshaciéndose de sus capas. Son ocho personas que no personajes porque una vez dentro no eres consciente de que alguien los ha trazado con tiralíneas y los está moviendo como piedras de ajedrez. Son ellos y ya está. Nadie los ha creado, nadie los manipula a su antojo. Hasta ese punto entras en el juego dejando de ser juego y convirtiéndose en un dilema o cuestión de moral.





Enorme grupo de actores.
El drama en tres actos, respetando casi fielmente el espacio y tiempo únicos es un engarce teatral que el director no oculta y de eso saca provecho por la necesaria intensidad concentrada. En un principio la escasez de muebles, las ventanas rotas, el mal funcionamiento de la puerta del baño es como una aventura más, un juego banal en el que todos van a participar. Cuando las circunstancias cambian el espacio se vuelve gris, roto como ellos, parcheado como sus relaciones. La cámara no los capta juntos: se discute, se sospecha, se recrimina y los cuerpos se huyen. El grupo ya ha desaparecido, se desintegra. Ya no hay apoyo; sólo queda la caída. Ni las parejas, ni los amigos, ni los hijos están en ese momento: uno solo aislado tiene que lidiar con las circunstancias. En esta segunda parte la cámara los recoge individualmente, planos más cercanos a los rostros, más cortos, más movidos. Todo se ha quebrado como parecían indicar los cristales de las ventanas que con un simple plástico no pueden detener el aire que entra del exterior.





De juego a tragedia.
Al principio cifrábamos el recorrido de la película en el rostro de Sepideh: en sus ojos y su boca. Los ojos con que se abre la película son los de una mujer fuerte que toma decisiones por sí misma: decide acarrear con todos en el coche sabiendo que no tienen lugar seguro donde dormir pero eso es algo secundario para ella. El objetivo es ir. Miente piadosamente para forzar el encuentro de la casa, conduce, maneja la situación, habla, decide, se entusiasma. Todo lo que sucede después junto con la recriminación de los demás le hace replegarse. Es entonces cuando su rostro decae. Ahora el foco está en su boca reseca porque los ojos son los que absorben todo el llanto. Su personalidad tan alabada al principio se verá censurada después. Todo es relativo y el juicio es fácil de emitir. Y sobre ella y sobre Elly se abate todo: las dos mujeres sobre las que gira el drama. Una exhibe, la otra inhibe. Elly es la protagonista ausente, es el misterio que no parecía importar al principio. La última imagen que tiene el espectador es de ella riéndose, haciendo volar una cometa. Ahí tiene una revelación. Al espectador se le da un papel activo para que emplee su propia lógica o para que rehaga un puzzle al que le faltan piezas. Es un zarandeo de posibilidades y emociones que nos incomoda. Y de este zarandeo surgen la noción de honor y orgullo conceptos muy puntuales y locales que retratan una sociedad iraní mezcla de tradición y modernidad.


[Texto publicado originalmente en Miradas de cine]

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