sábado, 14 de enero de 2012

A personal journey with Martin Scorsese through American movies.




A modo de Hitchcock.




Errando mentalmente me he encontrado con otro ejemplo de vistazo a la historia del cine esta vez norteamericano. La semilla inmortal era un libro estructuralmente metodológico, casi científico si lo queremos pero que nos llevaba sin notarlo por las querencias e interpretaciones personales de las películas que veíamos. Ahora tenemos otro caso en otro medio, el mismo cinematógrafo y una mirada muy personal. Se trata del repaso que hizo Martin Scorsese en 1995 a su particular historia del cine norteamericano: A personal journey with Martin Scorsese through American movies.




Minelli mira el cine en 1952.




Minelli mira el cine en 1962.



Un pedazo de documento que cubre una historia del cine norteamericano y que se detiene en los años sesenta que es cuando empezó su actividad profesional Martin Scorsese.  Él se justifica al principio («no puedo ser objetivo») y al final donde nos dice que no puede seguir junto con otra justificación, la de su parcialidad, la de dejarse cosas en el tintero: «la historia no tiene fin». Es una historia que cubre bastante de ese cine y siempre tamizado por una experiencia personal, la del niño, la del joven, la del loco y enfermo por el cine que te contagia, emociona y te lleva a querer revisar todo lo que has visto y a ver lo que aún no te ha llegado. Scorsese habla a la cámara frontalmente y sentado desde un plano medio a un primerísimo primer plano. En un par de ocasiones se le pone un cartel junto a él o enseña un libro pero lo importante son sus palabras y el tono de voz en cada momento. Pero eso sí, rodeado de gente muy profesional pues se presenta ante nosotros con los títulos de Saul Bass (esto es lo último que hizo junto con Casino del mismo Scorsese el mismo año), con la fotografía de Jean-Yves Escoffier (Les amants du Pont-Neuf, Leos Carax, 1991)  y la música de Elmer Bernstein (con Scorsese una película a reivindicar, Al límite (Bringing out the dead, 1999) muy melancólica y respetuosa. Los tres ya fallecidos.







Y la emoción se contiene en una estructura que siendo consciente del sistema en el que se inscribe (los estudios de Hollywood primero, las corporaciones después) el director es el eje transversal que escoge: el dilema del director, el director como narrador de historias,  como ilusionista, el director como contrabandista o como iconoclasta. Martin Scorsese sabe concretar en pocas palabras el sentido y la emoción que le provoca cada plano. Es fascinante escucharle cuando habla de Amanecer (Sunrise, F.W. Murnau, 1927) o de Al este del edén (East of Eden, Elia Kazan, 1955). Habla de Kazan con razón, al hablar del nuevo tipo de interpretación en sus películas. Aún faltaban cuatro años para que le entregara al Oscar honorífico al director  y viniera toda la polémica (aplaudirle o no). Así que la alabanza aquí no está aún mediatizada ni reforzada ni excusada.




Lo difícil de ser artista...





...dentro de una pareja de artistas.




Scorsese no llega a comentar a partir de los sesenta porque ya tiene que ser partidista entre amigos de profesión por lo que no encontramos más que un par de comentarios hacia sus películas. Es inevitable que si fue una escuela el ver tanto cine y luego se dedicó a ello hubiera conexiones directas. Comenta que le gusta pensar que Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990) es fruto de Scarface (Howard Hawks, 1932) y de Los violentos años 20 (The roaring twenties, Raoul Walsh, 1939). Más adelante muestra escenas de un musical con Doris Day My dream is yours (Michael Curtiz, 1949) de la que confiesa que el tempestuoso romance que presenta tuvo gran influencia en su New York, New York (1977).




Randolph Scott siete veces visto por Budd Boetticher.



Lo bueno del documental es que no le urge contenerlo todo y eso nos lleva a contemplar escenas, momentos no como en un videoclip vertiginoso sino con el tiempo necesario para que la escena demuestre lo que Scorsese nos indica, para atisbar un estilo, para entender el lenguaje cinematográfico como en Los cautivos (1957), de Budd Boetticher, un director de arquetipos como dice Scorsese que a mí siempre me ha encantado desde esa simpleza descubierta por las tardes de western en la televisión autonómica valenciana. Recomendación personal del libro Budd Boetticher. Un caminante solitario de Adolfo Bellido López y Pedro Núñez Sabín que editó la Filmoteca valenciana.








Aparecen en el documental los géneros típicamente americanos, los directores americanos y los adoptados que aportaron una mirada ácida, triste, amarga e imaginativa. Le da espacio a Max Ophüls y a su Carta de una desconocida (Letter from an unknown woman, 1948). En un par de comentarios añadidos a las imágenes como si fuera una banda sonora perfecta que acompaña emocionalmente al espectador, sientes las penas del personaje de Lisa (Joan Fontaine). También se muestra a Ida Lupino como directora ya que el sistema patriarcal no daba para mucho más, como una muestra de que los inconvenientes y reveses nos sirven para intentar mejores cosas porque lo que le dio vía libre para meterse a directora fue que la Warner no le renovó el contrato.




Ida Lupino actriz y directora.




El miedo en La mujer pantera.



Las reflexiones de Martin Scorsese bien sean comentando la escena o simplemente elaborando una frase son pequeñas perlas. Así, incide en los diálogos poéticos de Abraham Polonsky, en los musicales: «El mundo era un escenario y pertenecía a los que podían cantar y bailar», en los western: «Mientras John Ford sólo aludía al lado oscuro, Anthony Mann insistía en ello»  o en ejemplos puntuales dentro del marasmo histórico: «Así que La mujer pantera fue tan importante como Ciudadano Kane para el desarrollo de un cine americano más maduro».



Corredor sin retorno: Samuel Fuller duro, duro.



Y otro detalle importante del documental son los documentos de archivo de los directores. Es fantástico escuchar a Frank Capra: «No podía aceptar el arte como comité. Sólo podía aceptarlo como extensión de un individuo», a Samuel Fuller, a Billy Wilder e incluso irónicamente la no-entrevista de John Ford por Peter Bogdanovich. Es impresionante la declaración de intenciones final de John Cassavetes para en el fondo concluir más que con una técnica con un gran corazón: «Tener una filosofía es saber amar y saber a quién […] Lo que todo el mundo necesita es poder decir dónde y cómo puedo amar, cómo me puedo enamorar y puedo vivir con cierta paz […] Por eso necesito que los personajes analicen el amor, que hablen sobre él, que lo maten, lo destruyan, que se hagan daño, etc., en esa guerra, en esa palabra tan polémica, en ese lienzo tan polémico que es la vida. El resto no me interesa. Quizá interese a otros, pero yo soy muy cuadriculado. A mí solo me interesa el amor».







Todo esto  y más en pantalla grande en la Cineteca, esas dos nuevas pantallas madrileñas situadas dentro del Matadero que proyecta documentales. Así que recordar: 20 y 28 de enero de este 2012 a las 19:00.

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