viernes, 30 de septiembre de 2011

California, Joni Mitchell







Hace un par de años California de Joni Mitchell era una de las canciones que escuchaba una y otra vez. No recuerdo de dónde vino ni cómo, tal vez de las enormemente generosas bibliotecas barcelonesas. Entraba dentro de «las razonables» para engancharme: el estado, la palabra melancolía, ese blue americano que se nombra en la canción y que para más inri da nombre al álbum de 1971 donde se incluye la canción, el cuarto de veintiún álbumes en toda su carrera. Joni Mitchell es uno de los mejores exponentes de la música popular norteamericana (amplio género) aunque ella es canadiense, como Leonard Cohen, como Feist, como medio-Rufus… Y escuchándola de nuevo ahora en la distancia, quizá, traducía bastantes de mis sensaciones en esos primeros meses…


Oh it gets so lonely
When you're walking
And the streets are full of strangers
All the news of home you read
More about the war
And the bloody changes
Oh will you take me as l am?
Will you take me as l am?
Will you?





sábado, 24 de septiembre de 2011

Unas gotas de Londres


Primer lugar, parada obligatoria, albergue. Casi podía ver la suave cara de niño huérfano de Mark Lester asomado al balcón cantando Who will buy my sweet red roses porque el barrio South Kensington, era zona bien. Pero al contrario que en la película donde el barrio se animaba con la canción, salían vendedores callejeros por todas partes, los vecinos bailaban y había incluso una orquesta, aquí todo era tranquilidad y banderas ondeantes por los muchos consulados de la zona. El movimiento estaba en los bares a media tarde (en otros barrios) y más o menos como en la película, con madera, más madera y muchas pintas de cerveza.






Primordial, el dinero. Cada vez que venía a mí o se me iba una moneda, así como sin querer,  mi cabeza tarareaba Half a sixpence is better than half a penny. Oliver! (Carol Reed, 1968) y este musical Half a sixpence (George Sidney, 1967) son para mí, aunque suene demodé, las referencias londinenses más queridas. Dejé para mi próximo viaje la búsqueda del DVD de la segunda  ya que solamente hice una tímida búsqueda infructuosa donde no debía, supongo que para alargar la espera de lo bueno.






Añadiré, para futuros acercamientos, alguno de estos musicales en los escenarios londinenses. Hasta el momento en que entre por la puerta principal, me quedo por las partes traseras.



El Apollo Theatre sin todo su oropel.





Por aquí pasan los paraguas de Cherburgo



El primer lugar a visitar, Hyde Park. Por cercanía.  Amplio, todo amplio, verde, todo verde, y tranquilo. Mi Hyde Park por lo visto era otro. ¿Se me estaba ocultando la parte oscura de los polite  ingleses? Reflexión hecha a posteriori al ver en la Tate el cuadro de Francis Bacon, Figure in a landscape (1945) donde aparece un enmarañado Hyde Park, tanto que el título es socarrón como él solo. El paisaje de Bacon, todo de él en general, no te invita a pasear por él, huyes de él y recordé de pronto el suceso escabroso que con 14 años Rufus (Wainwright) sufrió en el mismo Hyde Park.



Lo más escabroso de Hyde Park a día de hoy.



Francis Bacon. Figure in a landscape, 1945. Tate Modern. 


Y allí mismo, cerca del cuadro de Bacon me vino Almodóvar. Hasta en Londres aparece Almodóvar. Que ¿por dónde? Pues por donde yo quiera. En su última película La piel que habito «aparece» Louise Burgeois y allí que me la encontré, en la Tate Modern, a la madama francesa con unos dibujos suyos de temática muy reconocible. 


Louise Burgeois. Autobiographical series, birth, 1994. Tate Modern.


No saber inglés a la perfección tiene sus ventajas porque no traspasas las verdades y te quedas con la gracia de según qué falsos amigos. Esto lo encontré de camino a la Tate Modern, al igual que unas farolas naranjas  que eran el camino de baldosas amarillas que te llevaban al arte.



Aquí acaba la diversión amigo así que bájate de la bicicleta.



Las tres gracias




Ponga la ola en marcha.



Las típicas cabinas telefónicas todas llenas de desfogue.



Blancanieves y su madrastra enfrentadas sin poder salir.


lunes, 19 de septiembre de 2011

El árbol de la vida







La ganadora de la última Palma de oro en la 64 edición del Festival de Cannes es la gran película de estreno del mes de septiembre. Terrence Malick, su director, convocará a dos tipos de público: al más cinéfilo, interesado en las novedades que se acercarán por el nombre del propio director y a un público más comercial, interesado en el nombre de Brad Pitt. Y ambos grupos se encontrarán una larga película empeñada en la calidad y distinción de las imágenes. El goce estético de estas imágenes no empalaga en el momento pero se van sumando  los contrapicados entre los árboles, rayos de luz, primeros planos, mucha naturaleza, mucha cortina blanca hasta llegar al clímax, un momento Autopista hacia el cielo, que se salva de un final Isabel Coixet evitando cualquier diálogo cosa que se echa de menos en el resto de la película.



Dios vive ahí arriba.



Hace unos días salió en la prensa el enfado de Sean Penn que no creo que fuera por las pocas apariciones que le ha dejado Malick en el montaje final sino porque según él, lo que leyó en el guión y lo que vio después difería mucho. Por mucho que se empeñe el actor en los gestos, en tocar la hierba (la imagen fetiche del director norteamericano), en mirar tristemente a su alrededor, es casi un personaje ridículo. Su imagen solo es la excusa para visualizar su recuerdo y todo lo que vemos es mental, es en exceso visual, es en exceso lírico. Un poco de narratividad no vendría mal.



Sean Penn en busca de la conciliación.



El exceso de lirismo que hace que uno se aleje de El árbol de la vida también hizo que me alejase de Días del cielo (Days of heaven, 1978) y sin embargo Malas tierras (Badlands, 1973) y La delgada línea roja (The thin red line, 1998) las encontré en el justo equilibrio de narratividad y lirismo. El relato americano de John Smith y Pocahontas de El nuevo mundo (The new world, 2005), queda por determinar en qué grupo cae. Y ahí está toda la filmografía estrenada de Terrence Malick y eso que va ganando terreno a Víctor Erice, los dos perezosos genios del cine contemporáneo pues ha duplicado ya al español en filmografía porque el año que viene Malick estrenará su sexta película The Burial entre otros con Javier Bardem. La película está ya rodada por lo que no pasará como pasó con Erice y El embrujo de Shanghai. ¿Podría ser que Bardem, un seudo sosias de Brad Pitt en España se encariñara con Víctor Erice y le produjera su próxima película igual que ha hecho Brad Pitt con Malick? Me gustan las cuadraturas.


Pues sí, Brad Pitt ha producido y ha protagonizado una película donde funcionan dos dimensiones: la vida en particular de una familia y la vida, en grandes caracteres: la formación del Universo y  los dinosaurios que junto con cascadas, imágenes submarinas, planetas y selvas vírgenes encuadran la historia. Las metáforas que surjan de ahí y la voz en off es lo que intenta hacer compacto el paquete. Una voz en off que falla en una ocasión cuando escuchamos la del padre que hasta el momento era un vértice alejado de la voz en off del hijo mayor y de la madre que son las que guían la película. La del padre no era previsible y se tiene la sensación de que ha entrado de forma forzada, más que una redención, es una introducción para el espectador no para la historia, para compensar, para que veamos que el perdón, tal como dice la madre, es necesario al igual que el amor a los demás.


Jessica Chastain. Toda llena de gracia.



No diremos que es una filosofía que queramos lejos de nosotros (quitando la palabra Dios) pero hecha película aquí se rechaza un poquito. Justo hace un siglo se publicó un libro que de alguna manera es el reverso de la película, El árbol de la ciencia. Ambas obras tienen bastante de autobiografía. Si Baroja estudió y ejerció medicina, Malick se crió en Wako y muchas cosas que suceden en la película le sucedieron a él. Sus protagonistas son trasuntos de sus autores. Y ambos ejemplifican una posición filosófica que queda demostrada en la elección del título al hacer referencia ambos al Génesis, a  esos dos árboles que plantó Dios: «El que comiera del árbol de la vida tendría vida eterna. El que comiera del árbol de la ciencia, del bien y del mal, ganaría conocimiento del bien y del mal, pero también moriría».  Son dos opciones vitales. Ambas obras hablan del sentido de la vida, de la muerte. Pío Baroja, con su pesimismo existencial, muestra la religión como una superstición: «eso que llamas fe no es más que la conciencia de nuestra fuerza» y elige esa posición del árbol de la ciencia donde se revela una realidad miserable y doliente, se elige una vida consciente, en exceso reflexiva. Malick escoge una vida donde se alcance la gracia (la madre), la eternidad, donde se traspase el dolor, se asuma, que es el camino que recorre el protagonista Jack O’Brien a través del agua, elemento muy importante en la película porque quita y da la vida.  De entre tanta claridad en rostros y espacios, el rostro de Jack niño es un rayajo de verdad en medio de la pantalla. Con su rostro más marcado y más moreno que el de su hermano, que le sirve de contraste, nos muestra ese descubrir violento de la vida, del contexto en el que estamos.  En esos momentos de los rostros de ambos merece la pena la historia que nos cuenta pero está envuelto en un papel de celofán que hace mucho ruido pero no lo hace más interesante.


La madre y dos partes de su prole.



POSDATA 1: Resulta interesante las dos críticas confrontadas que aparecen en el nº 48 de Cahiers du cinema España (pág. 9-11) de Carlos Reviriego y Ángel Quintana.
POSDATA 2: La Casa encendida en Madrid dentro de “Todas las cartas. Correspondencias fílmicas” va a proyectar entre los días 10 y 16 de Octubre las diez cartas entre Abbas Kiarostami y Víctor Erice.

sábado, 17 de septiembre de 2011

¡Cuánto quiero a mi muerto!

Recorriendo los pensamientos de Van Gogh en las cartas que le dirigió a su hermano Théo, te encuentras múltiples referencias a pinturas y libros. En cuanto a los libros, lo que resaltaba era la sensación anímica que le reportaba cada uno: «Dios mío, qué hermoso es Shakespeare. ¿Quién es tan misterioso como él? Su palabra y sus modos equivalen a un pincel tembloroso de fiebre y de emoción. Pero hay que aprender a leer, como debe aprenderse a ver y aprender a vivir». Y él colabora en nuestro aprendizaje y así, en cuanto a las pinturas te indica cómo echar una de tantas posibles miradas a un cuadro. Como pieza aislada pero contemporánea de los impresionistas, a través de las cartas de Van Gogh se puede realizar un rastreo de la consideración en el arte de los impresionistas y en esto  aparece Manet, al que quería finalmente llegar. Concretamente  al retrato que Monet realizó a su mujer Camille muerta, en 1879.


Camille Monet en su lecho de muerte,1879, óleo sobre lienzo, Museo de Orsay.

Y me vino a la cabeza las fotografías que realizó Annie Leibovitz a Susan Sontag, no sólo durante el padecimiento del cáncer sino a su cuerpo sin vida. Y recordé que había visto algunas en la exposición que le dedicó la sala Alcalá 31 de Madrid en el 2009 Annie Leibovitz. Vida de una fotógrafa. 1990-2005. Esperaba una reacción en mí de más rechazo, de incomodidad, de censura. Pero lo que recuerdo que me encontré fueron unas fotos, sí, invasivas, crudas, pero con esa mezcla de pasión y frialdad compositiva que la misma Sontag ponía en sus escritos. Las fotografías parecían no sólo retratar a Susan Sontag sino que ella las hubiera realizado. En la fotografía parecía anidar el consentimiento de la escritora. Y recuerdo que el formato de la fotografía era pequeño (algo a destacar viendo el resto de la exposición), cosa que me gustó porque era un descubrimiento íntimo el que se tenía que vivir entre la fotografía y el espectador, que se tenía que acercar hasta el punto que él quisiera. Leibovitz tenía su dilema resuelto pero ahora les tocaba a los espectadores confesarse (a sí mismos al menos y a muchos otros extraños  de alrededor) cuál era su postura moral. Las fotografías mortuorias de Annie Leibovitz son el equivalente al cuadro de Manet, donde el cuerpo de su esposa fallecida está ahí, está su rostro pero las pinceladas violetas casi la borran.  Sí, de acuerdo, un cuadro no es lo mismo que una fotografía donde la invasión personal es mayor, en realidad el cuadro representa, no es la muerte en sí. Pero es que pensamos desde nosotros. Si ahondamos un poco más, ¿no es más cruel el pintor que necesita al menos unas horas, si no días para hacer un cuadro en condiciones con el cuerpo presente, que el fotógrafo que necesita unos segundos? Depende de dónde se pone el acento. Y no sé qué pasaría con una filmación. Por mucho que escarbo en mi memoria no recuerdo imágenes de ningún cineasta donde filmase el cuerpo sin vida de un ser querido. ¿Tal vez a Jonas Mekas se le ocurrió filmar el cuerpo fallecido de un amigo, un familiar en su denso diario? No lo sé.


Muerte de Susan Sontag, 2004.


Cuando el tema es la muerte siempre hay discusión y más si la muerte es profanar algo cercano. Si son sucesos, gente de mala vida, muertos ejemplares o reflejos de una sociedad, la discusión tiene menos aristas. No hay mayor dilema moral (más bien social) en las fotografías que Weegee hacía del ambiente callejero neoyorquino en la primera mitad del siglo XX (sobre todo asesinatos). De este fotógrafo también hubo  en Madrid en el 2009, una exposición en la Fundación Telefónica (Weegee’s New York) e inspiró la película El ojo público (The public eye, Howard Franklin, 1992). Estamos hablando del respeto por el cuerpo presente. Jacques-Louis David sí pintó la muerte de Marat pero evidentemente tras la descripción del relato de los hechos, a la distancia y no frente a él. Leonardo dibujó el cuerpo ahorcado del asesino de uno de los Medici en 1479 pero era casi un servicio social. La reflexión surge cuando un artista profana a alguien cercano. ¿Se puede pasar por encima del dolor personal y dedicarse a dibujar, retratar o filmar el cuerpo sin vida de ese alguien cercano? ¿Todo se justifica en el arte? ¿Qué nos llega de esto a nosotros y qué le sirve al artista en cuestión? Se habla de una especie de terapia, de forma de despedida, de muestra de un amor fou. Fue hasta hace poco habitual fotografiar a los muertos, y más si eran niños porque no se tenía aún ninguna fotografía de ellos en vida y había que guardar un recuerdo. Yo he visto algunas de estas fotografías y si en cierta época, en ciertas zonas rurales no tenían dilemas morales en torno a eso, ¿porqué ahora sí? El hecho práctico de necesitar una imagen está solventado hoy en día pero, ¿tampoco es excusable en el arte? Más allá de bromear con el tema aquí tenéis la fotografía post mórtem que aparece en Los otros  (Alejandro Amenábar, 2001) y que podéis ver colgada en la cafetería Pepe Botella en el madrileño barrio de Malasaña.



Mateo Gil, Amenábar y otro, figurantes en Los otros.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Jacques Brel


Los cambios de rumbo, nuevas intenciones y hábitos empiezan en dos momentos: o bien en enero con el comienzo de un nuevo año o bien en septiembre con el inicio (o al menos el recuerdo) de un nuevo año escolar. Como en enero no fijé ninguno, este septiembre entre otros que aparecen por obligación he decidido incluir una por propia voluntad: el francés. Así que el otro día me asomé a la estantería a echar una ojeada a un pequeño librito que compré en la última Feria del Libro de Madrid. Ese día con el número del stand de la editorial Fundamentos apuntado en la agenda acudí directamente a por Jacques Brel. Ellos editan pequeños libros con las canciones de intérpretes o grupos famosos tanto en su idioma original como traducido al castellano que eso es lo bueno del tema. Ya tenía la de Edith Piaf y ahora iba a por Jacques Brel. Y lo decidí porque no podía esperar más. La verdad es que me sentí que traicionaba en algo una intención antigua.


Hace ocho años cuando llegué a Madrid «sufría» el punto climático de mi admiración por Jacques Brel y un día en clase de guión, mi profesor realizó  una metáfora relacionando la escritura de un guión con una de las canciones de Jacques Brel. No me lo podía creer y para más inri comentó que él tradujo las canciones del belga en un libro que editó Júcar. Fermín Cabal por muchas otras cosas era un buen profesor de esos que se abren en canal comentando, que no sólo lanzan teorías sino que las comenta en propia piel incluyendo palabras políticamente incorrectas si era necesario para que se colasen en nuestro cerebro, las palabras y las ideas. Pues ese día era más admirable aún para mí. ¿Los apuntes? pues ahí están en un armario (no por culpa de Fermín) pero sé que en alguna hoja está bien señalado  lo de la canción de Jacques Brel. ¿Cuál era? Pues  La valse a mille temps, una canción cuyo ritmo va creciendo del sonido de una cajita de música a una embriaguez total.




 Ante personalidades tan fuertes como la de Fermín Cabal una se acobarda y aunque tenía la necesidad imperiosa de preguntarle por el libro, de que me hablara de las canciones, de que me dijera que tenía varios ejemplares en su casa y que me podía dar uno de ellos, no hice nada y ahí he estado ocho años sin conseguir el libro puesto que no lo encontraba. Por eso lo traicioné de alguna manera ese día en la Feria del Libro. Y el otro día con el libro entre mis manos y con un poquito de culpabilidad encima me dije que podía tener los dos porque no están todas las canciones que son en el que tengo. Miré en Internet y allí figuraba en una librería el libro pero costaba 999 euros. Evidentemente, un error pero llamo a la librería y me dan el teléfono del almacén, llamo al almacén y tras deletrear el nombre del belga y tras unos minutos de silencio porque se buscaba en estanterías, el encargado del almacén me dice que no lo tenían. Algún día llegará a mí. Si ustedes lo localizan pues dénmelo enseguida. 


Y de la estantería de los libros a la estantería de los dvd. Allí tenía una película, un musical que recuerdo espantoso y he confirmado espantoso: Jacques Brel is alive and well and living in Paris (Jacques Brel está vivo, bien y vive en París, 1974), el título menos atractivo y comercial que he visto, que más bien parece el código Morse para una emergencia. Musical sin diálogos, donde toda estructura la sostienen las canciones y no vale decir «y así les va» porque señores, se puede sostener, se pueden hacer grandes musicales sin palabra hablada y sí cantada. Ahí tenemos diez años antes a otro Jacques, Jacques Demy que lo hizo en Los paraguas de Cherburgo (Les parapluies de Cherbourg, 1964).



La película en torno a las canciones de Jacques Brel es una adaptación cinematográfica de una obra de teatro de las que entre los años 1973 y 1975 se produjeron (catorce en total) bajo el título American Film Theatre  y que se exhibió en pantalla grande. La película es como un catálogo setentero de programas de Valerio Lazarov, donde la desesperación social y sentida de las letras de Brel se traduce en la imagen de un grupo hippie pasándose el porro a toda velocidad. Un sinsentido, un absurdo y más cuando todas las canciones excepto una están en inglés. Y esa canción en francés aparece como una isla en medio de la película y ahí está Jacques Brel cantando (no podía ser de otra manera) Ne me quitte pas desde sus ojos y desde esa boca suya tan característica que se lanza hacia afuera, porque quiere contarte una súplica de un ser derrotado y sacrificado por amor.  Por el mundo You Tube he encontrado una interpretación suya que no deja indiferente. A ver si la soportan.





Puede ser como ha podido ser siempre que fuera Almodóvar el que me dirigiera a Brel. Y si no es verdad, que lo sea. Quiero formar mi recuerdo en una escena de La ley del deseo (1987) donde se funden teatro, cine y música que os muestro aquí abajo. Escena germen de Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) nacida de Cocteau (La voz humana) y hecha carne por Rossellini y Anna Magnani (El amor, 1948). Aquí Almodóvar toma la versión de la brasileña Maysa Matarazzo que no desmerece nada. Almodóvar recicla y crea y yo lo asumo todo. Quien no quiera ver a Almodóvar como un grande del cine está ciego perdido.




Pero acabemos de nuevo volviendo a Jacques Brel para que os hagáis fieles devotos seguidores del belga (que no francés) con una de mis canciones preferidas, La chanson des vieux amants. Ésta es una de las muchas en las que intervino también como arreglista además de ser el acompañante musical de Brel, Gérard Jouannest, marido de otra mítica, Juliette Gréco que la dejaremos para otra ocasión. La chanson des vieux amants está incluida en la película (¿para qué?) pero excluida del librito. Por eso hay que seguir buscando a Fermín y sentir que no hay traición alguna.



domingo, 11 de septiembre de 2011

Artistas capicúas y Gertrude Stein

Confesión de un delito: mi atención se coló por las rendijas de un libro con hojas ya vividas por marrones de la editorial Bruguera, del mismo modo que me llegó Matar a un ruiseñor. Ese libro es Autobiografía de Alice B. Toklas, en realidad una autobiografía de Gertrude Stein.  Alice fue la secretaria/pareja de Gertrude Stein durante casi cuarenta años. La señora Stein que vimos hace poco con cara de Kathy Bates en Midnight in Paris (Woody Allen, 2011), convirtió su casa en la rue de Fleurs, 27 de París en  más que un lugar de paso (sin ser de reposo) de artistas, donde Pablo Picasso (punto para Picasso por su puntualidad) era una de las figuras centrales. Cuentan (Alice y Gertrude en singular) cómo la casa estaba toda llena de libros y en los lugares donde no había libros, las puertas, tenían dibujos clavados con chinchetas de Picasso y Matisse. Todo un ejemplo de horror vacui. Y nos cuentan sus viajes (Ávila conmovedora), cotilleos artísticos y no tan artísticos (mala la combinación Picasso-Juan Gris) y por supuesto cómo Gertrude gestó y elaboró sus obras porque la mujer escribió unos cuantos guiones, teatro, poesía, novela y ensayo.

Aquí Gertrude, Alice y Basket, el perro de lanas de la primera.

Erremos (con un momento musical): A Gertrude Stein le gustaba mucho una canción muy americana como ella a pesar de haber vivido la mayor parte de su vida en París, The trail of the lonesome pine. Y esto que van a ver, señores es muy americano sobre todo el estilismo femenino. Aprendan y pónganlo en práctica. Yo creo que ya lo hice en los festivales de fin de curso de mi infancia así que ahora me toca solamente mirar.



Y llega el momento del delito, de la declaración primera, de asumir cierta superficialidad porque una se queda, no con Apollinaire, Braque, Man Ray o T. S. Eliot (¡qué valor!) sino con la “capicuidad” escrita y sonora de William Carlos William(s) y Ford Madox Ford porque me gusta que las cosas cuadren. Ostentar esos nombres es como  otorgar el rango de 007 a un escritor. Les da licencia sea la que sea. Es como si nos dijeran algo así como  “alto ahí, deténganse, escúchenme, memorícenme, reconózcanme”.  Y me puse a investigar pensando qué bonito serían las casualidades (llamémosles padres) de ostentar tales nombres y la casualidad sólo la tuvo el primero. El señor Ford se las buscó para salir un poco aireado y airoso de un lío de faldas matrimonial y ahí cayó el nombre capicúa. Pero sea a modo natural o a modo artificial necesito coleccionar más, por lo tanto, por favor, ¿alguien sabe de más “capicueros” sueltos por ahí?

"Capicuero" nº1: William Carlos Williams.
"Capicuero" nº2: Ford Madox Ford.

Posdata: En todo caso recomiendo curiosear en la obra de la escritora norteamericana. En un principio es de una lectura áspera, tosca pero en el fondo bien armada. Será su vertiente poética la que hace que deje algo así como una muy bien disimulada anáfora que al tiempo que te da sensación de infantilidad, actúa como contextualizador. Ahora toca averiguar leyendo algo más de su obra, si esa sensación es por una buena o mala traducción. Y si os convertís en devotos seguidores aquí os dejo un enlace para que lo hagáis saber por las calles.

sábado, 10 de septiembre de 2011

A modo de presentación


Como soy errática pero honesta declaro que soy mujer a pesar de Gregory y a pesar del titulillo del blog. La razón de no ser mujer en todos los sentidos es puramente superficial. Errática Finch desvirtuaría un poco la intención del homenaje al señor Atticus Finch y parecería nombre de super heroína y eso quitaría lustre al blog. Siendo políticamente incorrecta suena mejor Erraticus, así que así nos quedamos. Aceptemos la dualidad. Y hablemos de Atticus a modo de presentación del blog por si acaso muchos no le conocen.  Atticus Finch es el nombre de uno de los personajes de la novela Matar un ruiseñor de Harper Lee. Mi primera vez fue cinematográfica y hace muchos años y tenía el rostro de Gregory Peck y así se quedó, rodeando completamente este blog.  Desde entonces es EL actor. Me quedé prendada de ese padre y abogado tan justo y humano, de esa relación con sus hijos, de esa niña/chico con la que deseaba reconocerme. Y la parte menos emocional de una se quedó prendada de Robert Mulligan el director, que hubiera hecho lo que hubiera hecho le elevaba de la media (terminó su carrera dando comienzo a la de Reese Whitherspoon con una tierna Verano en Louisiana (1991)) y de Harper Lee, la escritora de la que surgió la historia, y más descubriendo que la niña era la misma escritora. Confieso que la novela no la he leído todavía. Aquí la tengo, a mi vera, toda preparada. Ya os diré. Y eso que he tenido que superar una pataleta de última hora cuando me enteré que Victoria Beckham considera Matar un ruiseñor como su libro favorito y que por eso le ha puesto a su hija el nombre de Harper en honor de la escritora. Todo se supera.