sábado, 10 de diciembre de 2011

El buen cine de Edgar Neville.



El señor director Edgar Neville.



Mucha gente no quiere oír ni hablar de cine español ni mucho menos verlo y son muchos los motivos que argumentan. Yo respetándolos, me los paso…de lado. Creo que el cariño, o la atención al cine español me viene por descubrir más o menos de seguido a Almodóvar y a Edgar Neville y a partir de ahí una cadeneta. Si una descubre modernidad, frescura, diálogos chispeantes junto con un director que cambia de género sin problemas y me río, descubro y me sorprende ahí me quedo. Y con ellos descubrí Madrid. Sobre todo con Edgar Neville. Más que con las películas de la movida, las de Colomo o las de Trueba, las imágenes que se establecieron en mi cabeza fue con las de  este director. Y eso sucedió en una época donde la televisión emitía tantos ciclos y refrescaba tantos directores... Era una enseñanza pública de la que ya no queda rastro como muchas otras. ¿Habéis visto rastro alguno de Edgar Neville en la televisión en los últimos diez años? Yo las descubrí y las disfruté entonces.



La Gran Vía madrileña detenida por un caballo.




Hablamos de Madrid puesto que la mayor parte de la filmografía de Edgar Neville es castiza, se ven sus calles, sus paseos, sus casas y tabernas. Cuando en Neville se habla de casticismo o folclorismo no es el de exaltación de la patria en ningún momento, es un reflejo neorrealista. Ver sus películas era conocer un costumbrismo, un humor envuelto en algo lejano pero cercano. Algo así como la necesidad del que viene de fuera, de que fuera una villa (que realmente lo era, que realmente lo es) pero a la vez una gran ciudad. Tal vez anticipó o germinó mi decisión de traslado, incluso ese breve lapso catalán con la filmación de Nada (1947) como parte de mi  recorrido  tal como Andrea llegaba a la calle Aribau.



Callejuelas de Madrid vistas por Edgar Neville.



      
El Retiro, las Vistillas, las callejuelas, las recuerdo tal como recuerdo la salida del metro de Lavapiés en Surcos (José Antonio Nieves Conde, 1951), la salida que estaba en medio de la plaza y quitaron hace unos años. Surcos, otra película a rescatar del cine español, muy crítica, muy acorde a los tiempos de hoy de la que recuerdo esa salida del metro por parte de una familia que venía del campo a la ciudad con maletas, con mantas que envolvían enseres y gallinas…o tal vez estas sean un añadido del tópico sobre el hombre de campo muy Paco Martínez Soria. Es hora de revisarla para aclararlo.


Es curiosa la fijación de ese perfil de ciudad en mí porque las películas de Edgar Neville reflejan la España de los años cuarenta e incluso de antes: La torre de los siete jorobados (1944) está ambientada en el siglo XIX, como también El crimen de la calle Bordadores (1946), concretamente a finales del XIX o Domingo carnaval (1945) en 1917. Reforzando la idea de ser (yo) llegada de otros tiempos.



Dos hombres y una mujer.




Estas tres películas junto con La vida en un hilo (1945) las podemos ver durante la semana de Navidad en la Filmoteca española. Y no me arriesgo, ni es algo impuesto el deciros que vayáis al menos a una porque os van a gustar. Es el tramo de oro de la filmografía del director y las hizo seguidas. Y aunque es verdad ese reflejo castizo, no lo es menos que tiene una filmografía variada en género y echando un vistazo a esas cuatro películas se puede comprobar.




Charlot y Edgar.



Edgar y otros españoles tan amigos de Laurel y Hardy.




Casi siempre eran historias suyas que guionizó puesto que antes que cineasta escribió obras de teatro (La vida en  un hilo después de película la elaboró también como obra teatral muy exitosa  en 1959). Pero sin duda era un hombre del cine que descubrió en EEUU siendo allí diplomático. En la Metro estuvo como guionista y dialoguista para las versiones españolas y llegó a aparecer en Luces en la ciudad (Charles Chaplin,1931) por su amistad con Chaplin. También amigo de Ortega y Gasset, Ramón Gómez de la Serna y Lorca, muy en relación con la generación del 27 y escritor en La Codorniz junto a Mihura, Mingote y Tono aunque también rodó tres cortometrajes para el Departamento Nacional de Cinematografía durante la guerra civil, es un director que estrenó durante la dictadura franquista cosa que no significa doblegarse. Hay que agradecer que a pesar de todo en esa época tuviera un lugar. Y no realizó ninguna revisión histórica para el momento, cosa a tener en cuenta. Un hombre crítico con la burguesía de su tiempo, un humor tal vez no comprometido políticamente pero sí socialmente.



Muchos y buenos actores.




Cuando llegué a Madrid, creo que más o menos al tiempo que descubría  lo cerca que estaba la Puerta del Sol de la Plaza Mayor, descubrí la calle Bordadores. Me emocionó y me quedé un rato mirando los manises (así llamamos por mi tierra a los azulejos ya que Manises, pueblo valenciano tiene muy buenos azulejos: denominación propia). Yo creía que esa era la calle verdadera, del suceso, tal como nos hace creer el cine y todo lo asumí. Ahora descubro que el crimen en que se basa tuvo lugar en la calle Fuencarral. Qué se le va a hacer. En realidad la calle me atraía no por el suceso sino por la vinculación cinematográfica y eso no ha cambiado.




El Madrid callejero a punto de alterarse.




El crimen de la calle Bordadores es un ejemplo de cine policiaco. Y encontrarlo en el ambiente madrileño da como resultado una película cuya construcción sorprende, donde los personajes no pueden estar mejor definidos e interpretados y donde tenemos un magnífico ejemplo para descubrir los usos y costumbres de una época. Basado en un hecho real, el crimen de la calle Fuencarral como así se le llamó fue el primer caso mediático donde estuvieron implicados clases sociales de todo tipo.




El día de carnaval no es necesario enseñar el rostro.




Domingo de Carnaval sigue la estela de la anterior en cuanto a perfil de personajes pero es otro tipo de género. Es la película que más difusa tengo en mi mente. De La vida en un hilo recuerdo la frescura de unos diálogos llenos de absurdo, un juego a tres bandas encantador que me recordaba a Ernst Lubitsch. De alguna manera se le puede denominar como de alta comedia. Era sorprendente que todo el mundo no conociera esta película. Es seguramente, una de las comedias más brillantes del cine español.



Alta comedia española.




Hace unos años, al ver a Gwyneth Palthrow en Dos vidas en un instante (Sliding doors, Peter Howitt, 1998) me vino a la cabeza la película de Edgar Neville  enfadándome con algo parecido a un plagio. Y a su vez, al ver por ejemplo a Sean Penn que dirigió El juramento (The pledge, 2001) y saber que había una española El cebo (1958) de Ladislao Wajda que le daba mil vueltas (ambas adaptaciones de una obra de Friedrich Dürrenmatt), me hizo razonar por aquel entonces que no todo es dinero, que los americanos lo pueden reelaborar, engrandecer pero que el cine afortunadamente no siempre es presupuesto y para que te llegue hacen falta otras cosas.



Conchita Montes.



Antes de hablar de la última y más curiosa de las cuatro películas es evidente que se descubren aquí también unos actores del cine español que hoy quedan en memorias ya ancianas y no se van recuperando. Aquí están Rafael Durán, Guillermo Marín, Julia Lajos,  Manuel Luna, Rafael Calvo, Isabel de Pomés y Conchita Montes. Esta última, pareja de Edgar Neville desde los años treinta. Con rostro y un porte aristocrático interpretó tal vez por eso a mujeres decididas de clase media, resuelta y muy digna. Licenciada en derecho comenzó en la interpretación con Edgar Neville, escribía también en La codorniz y adaptó además de protagonizar la novela de Carmen Laforet Nada que dirigió su pareja.




Fernando y Conchita asisten a Bucéfalo.



Junto a estos actores medio tapados en la filmografía de Edgar Neville también se encuentra Fernando Fernán Gómez destacando el protagonista que hizo en El último caballo (1950). Esta, junto con Duende y misterio del flamenco (1952) son las otras dos películas indispensables de Edgar Neville. La segunda es un documental insólito sobre el folclorismo andaluz donde en los mismos espacios del sur se explicitan los cantes y bailes desde su esencia. El último caballo es bucéfalo, el caballo de Fernando Fernán Gómez (aparte del de Alejandro Magno) que se erige como último estandarte de un mundo que va cambiando y se inunda de máquinas.








Toda una película neorrealista en toda regla que pude ver en Alicante cuando en un seminario que se llamaba «Azorín y el cine» nos la pusieron en pantalla grande. El último caballo era una de las favoritas de Azorín. Un autor que acogió y defendió el cine como arte a tener en cuenta en una época que pocos lo hacían sobre todo los de la generación del 98. Alberti es el otro literato del que recuerdo una adscripción tan fuerte al cine. En el último poema de Cal y canto (1927) aparece la famosa declaración «Yo nací, respetadme, con el cine». Aunque Alberti es de una generación posterior a Azorín.



Azorín llegó a Madrid el mismo año en que lo hacía el cinematógrafo, en 1896. Coincidencia feliz de un hombre que escribió: «En el cine encuentro yo dos cosas: la explicación del tiempo y la comunicación, lícita, con el resto del mundo». Su gran cantidad de artículos dedicados al cine están agrupados en dos libros: El cine y el momento (1953)  y El efímero cine  (1955). El autor de Doña Inés (1925), un  libro que recuerdo como una lectura emocionante por lo de buena «escritura», estaba asombrado y encantado con el nuevo arte: «He visto en tres años unas seiscientas (películas); no es mucho; algunas, deliberadamente o por las circunstancias, las he visto dos, tres o más veces». Esta avidez en aquel entonces donde estaba por aparecer la televisión en España y no se podía contar con la casa para elegir qué y cuándo ver cada cosa da un valor a la cantidad declarada.



Descendiendo por la torre.




Sobre la creación genuina de este devorador de comida que así fue Edgar Neville, tenemos los ejemplos de las películas de la Filmoteca salvo La torre de los siete jorobados que es una adaptación de la novela de Emilio Carrere. Esta última es verdadero cine de misterio. Entradas secretas, situaciones surrealistas, objetos con mucho polvo e historia y seres a destiempo es lo que nos ofrece una curiosa película, pequeña joya del cine español que sigue la estela de esos pocos españoles fantasiosos como fue Segundo de Chomón y con otra intención, más bien estética continuaría Jess Franco.



No es el fantasma de ninguna  ópera.




Cuatro propuestas, cuatro para empezar a curiosear y descubrir que decir que el cine español es malo o «no me gusta», es para los dejados. Las podéis ver en pantalla grande ahora y quién sabe cuándo las podáis volver a ver. Así que yo de vosotros aprovecharía.



Nota 1: Filmoteca de Madrid – Cine Doré. Calle Santa Isabel, 3. Metro Antón Martín.

Martes 20 19:30 La torre de los siete jorobados (1944)
Miércoles 21 17:30 La vida en un hilo (1945)
Jueves 22 19:30 Domingo de carnaval (1945)
Viernes 23 El crimen de la calle Bordadores 20:00 (1946) 


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